Ella, suavemente alentada por el dulce viento que movía su vestido otorgándole vida propia, reía escandalosamente, rompiendo el día con su alegre melodía.
Y él, con aquella sonrisa iluminada, la miraba y la miraba. ¡Y cómo la miraba!.
Sus ardientes ojos brillaban, comiéndose el mundo con su esplendor, y sólo importándole ella.
Pues en aquél momento su alma se debatía entre el fuego y el sol, entre besarla o no, cambiarlo todo o callar.
Y él quiso gritar.
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