Desprendiéndose de la cubierta celestial, se escurre, goteando, un
color opaco y duro.
Al moverse el viento, deja
que esta esencia grave choque contra las cosas que encuentra en su recorrido.
Si levantas la vista, mientras corres y huyes por que ese gelatinoso
perfume no se pegue a tu piel, verás que todo queda en la nada, al no haber,
tras el atardecer, red que aglutine la vida en un momento allá arriba.
Es decir, que el mundo se cae.
Porque aquello que lo recubría, que lo embutía, se ha descolgado
por el paso del tiempo, por el uso desmesurado, por la vejez de su tinta.
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